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miércoles, 16 de julio de 2014

Año 2300: la era de los artefactos




Era un panorama desolador el del planeta tierra. La explosión de sucesivas armas nucleares en el conflicto  entre las naciones más poderosas, había dejado un paisaje  lleno de ruinas, escombros, dolor, pobreza, violencia y desasosiego. Las fuentes de energía estaban deterioradas en el más optimista de los escenarios. El común denominador era una lucha feroz por los alimentos y agua potable, si es que había alguna. Las madres angustiadas mendigaban por las calles, golpeando en las casuchas  improvisadas de lata, cartón o cualquier otro material que estuviese a la mano. Preguntaban por un pedazo de pan, por algún suministro de líquido, para llevar de vuelta a sus casas. En ocasiones retornaban frustradas con las manos vacías, mientras los niños lloraban hambrientos, con su aspecto lúgubre y desnutrido.

Las ciudades estaban separadas entre sí, por la ausencia de comunicaciones y transporte. Los vehículos tradicionales ya no servían por la ausencia de petróleo, y la electricidad era muy limitada, pequeños generadores  reutilizados proveían a ciertos sectores que cubrían algunos escasos metros a la redonda, administrados por infames vividores que cobraban su servicio en dinero o especie. En realidad el dinero había perdido su valor y el trueque había recobrado su importancia. La gente  intercambiaba cualquier cosa que estuviese a la mano: viejos electrodomésticos, enlatados, herramientas, vestuario, etc. Pero el bien más preciado era el agua y en general cualquier alimento que estuviese a la mano.

La Gran Ciudad no estaba exenta de este tipo de vivencias. Pequeñas comunidades  dispersas al interior de la misma, empezaron a surgir de forma espontánea, agrupados según su cercanía. Vecinos que nunca se habían visto el rostro, salieron a las calles luego de las explosiones. Los que sobrevivieron. Se reunían semanalmente para dar cuenta de como estaban. Hablaban de su estado de salud, de sus tristezas y angustias, se sentaban alrededor del fuego en la noche y hablaban hasta entrado el amanecer. Los ancianos empezaron a contar sus viejas historias, aquellas que sus nietos no habían querido escuchar, ahora se impregnaban de gran color e interés. El entretenimiento tradicional de la televisión y el internet ya no existía. De alguna manera, la creatividad empezaba a desperezarse, la imaginación se aceitaba,  y los jóvenes querían volver a soñar con un mundo mejor.  Había un breve destello de esperanza que emergía en medio de esa densa oscuridad.

David escuchaba atentamente las historias de su padre, Jonás. Se sorprendía al ver cómo el viejo había salido de su mutismo y se había unido a este grupo de ancianos graciosos. Le alegraba verlo salir del silencio en el cual se había refugiado desde que su madre había muerto, años atrás de las explosiones de la Gran Guerra.  Jonás era un trabajador ejemplar. Siempre llegaba a la casa con algo para sus hijos, así fuese una simple fruta. Le costaba expresar sus emociones, pero aun así sus  hijos corrían emocionados cada vez que Karla, su esposa, anunciaba su llegada.

David estaba casado con Sara y tenían un hijo: Miguel. David había tenía estudios de ingeniería pero nunca pudo finalizar sus estudios. No era muy constante en las cosas que emprendía, se dejaba distraer con otras cosas y cambiaba sus prioridades. Había emprendido estudios en bellas artes y era gran admirador de Leonardo Da Vinci. Le interesaban particularmente aquellas máquinas voladoras, le gustaban esos artefactos con engranajes, cuerdas, poleas y mecanismos complejos que le permitiesen multiplicar su fuerza y poder volar, nadar, bucear o simplemente romper una nuez.

Fue a través de estas tertulias nocturnas como la comunidad empezó a recuperarse. El diálogo trajo fortaleza y ánimo. Escuchar las voces reconfortaba en medio del hambre que pasaban. Había pasado un año ya y muchos seguían ensimismados por su tragedia, amargados, deprimidos, sin ganas de continuar luchando. Pero de pronto, algunos empezaron a salir de este gran letargo, entre ellos David. Un día despertó con una idea en su cabeza:

-       - Necesitamos recuperar el contacto. Ver si hay gente más allá de este territorio. No tenemos suficientes recursos, tenemos que salir-.

Algunos lo miraron con cara de incredulidad, otros estaban atemorizados, pero todos sabían que él tenía razón. Previendo la hecatombe, algunos habían ahorrado algunos  suministros en bodegas subterráneas y lo compartían con los demás, pero ya se estaban agotando. Otros guardaron algunas semillas y tenían unos pequeños cultivos que producían cosechas bastante pobres, tal vez afectadas por la lluvia ácida. Eran alrededor de trescientas personas entre hombres, mujeres y  niños que en cualquier momento podrían perder la cordura y comenzar a agredirse, lastimarse o simplemente dispersarse. Pero ninguno hasta ahora se había atrevido ir más allá de las fronteras delimitadas por las montañas de escombros, latas retorcidas y vías arruinadas. Sentían que el peligro estaba más allá de sus límites visibles. 

David habló con varias personas acerca de su idea y solo algunos pocos le pusieron atención. Pensaron que estaba perdiendo la cabeza o que estaba siendo preso de la desesperación. Sara, su esposa, no lo objetó. Ella lo escuchaba y estaba decidida a acompañarlo en su travesía. Victoria y Alex, una pareja joven que se conoció en la comunidad, decidieron unirse. Tomás, un viejo explorador decidió que los iba a acompañar pues él sabía muchas técnicas de supervivencia que les serían de gran utilidad.
Un día cualquiera emprendieron su aventura. Cada uno cargaba un morral con alimentos y provisiones para sobrevivir unos cuatro días, según Tomás. Caminaron por largas horas, pero el panorama era desolador. Solo veían destrucción y más ruinas. Acamparon en una zona que les pareció conocida, por un  reconocido edificio  que aún conservaba parte de su fachada. Estaban ubicados en la zona céntrica de la ciudad.  Luego de caminar horas y horas sin rumbo fijo decidieron regresar. Tomás había tomado nota de los referentes para poder retornar y lo hicieron sin inconveniente. Cuando los vieron llegar, estaban reunidos alrededor de la fogata, calentando algo de comida. Los miraron con un leve asomo de curiosidad, esperando  una respuesta positiva. Sin embargo al ver sus rostros apagados y tristes, supieron de inmediato que las noticias no eran buenas.

-      - Lo sabía-. Dijo uno de los ancianos, - ¡Estas bombas de porquería!-.

-       ¡No!- repuso David. – Necesitamos llegar más lejos. Pero no lo podemos hacer caminando-.

-       ¡Ja! ¿Y entonces cómo?-, le interrumpió el anciano,- ¿Volando?-.

-       -Tal vez-

David había pasado la noche en vela. Sentía frustración pero algo en él se había encendido. Era la esperanza. Algo que hacía mucho tiempo no hacía parte de su lenguaje ni estilo de vida. Siguió dando vueltas durante horas en el colchón y no pudo conciliar el sueño. Se levantó y empezó a escarbar entre algunas cajas que tenía arrumadas en un rincón. Estuvo observando fotos de su familia, revistas, libros de su universidad, recortes, apuntes de cuadernos. Su mente daba vueltas, estaba inquieto, quería encontrar algo, alguna idea, una imagen, una frase que le soltase una pista acerca de lo que quería buscar. No sabía ni siquiera lo que buscaba, pero sabía que tenía que encontrar primero el motivo de su repentina inquietud.

-       ¡Acuéstate!-, le dijo Sara.

-      - Luego…luego…no tengo ahora tiempo para dormir-, le respondió.

En el fondo de una caja vio un gran libro lleno de polvo. Era su libro favorito. Un libro con muchas imágenes de artistas: pintores y escultores de todas las épocas. Lo había adquirido con mucho esfuerzo y siempre lo mostraba a sus amigos cuando estaba en la universidad. Pasó las páginas y se detuvo en su artista favorito: Leonardo Da Vinci. El tiempo pareciera que se hubiese suspendido. Pasaba las páginas con gran lentitud, analizaba minuciosamente cada detalle de sus dibujos, la sonrisa esbozada de La Gioconda, los artefactos…

-       ¡Los artefactos!-, gritó.

Su esposa se despertó asustada pero no entendió lo que había dicho. Se levantó y fue a buscar a su hijo para ver si estaba bien. Ya había amanecido y salió a buscar algo de alimento en la huerta improvisada que tenían al frente de su casa.
-       Tal vez si construyese una máquina voladora, podría llegar más lejos y divisar otras personas. Es posible que estén en mejores condiciones que nosotros-, pensó David.
Salió a la calle y se quedó estupefacto.  Todo aquel  basural de escombros que solía ser su paisaje cotidiano se transformó ante sus ojos. Todo había cobrado vida. Eran cientos de miles de piezas de posibles máquinas que podría construir. Eran piezas sueltas de un rompecabezas que estaba listo para ser armado.  Las ruedas de los carros, las puertas desvencijadas, los armarios, alambres, televisores inutilizados, todas esas piezas sueltas por ahí se podrían encajar para hacer algo completamente nuevo. Sintió que estaban durmiendo encima de aquello que les podría dar la salida. 

Empezó a caminar de un lado para otro, recogiendo cualquier cosa que le pareciese útil: tejas, cartones, tornillos, latas, puntillas…y luego las  dejaba a un lado de la casa. La gente lo miraba con extrañeza. Pensaban que en realidad estaba volviéndose loco. Ahora se había convertido en un reciclador o en un acumulador de objetos inútiles. Todos los días pasaba con un nuevo objeto en la mano, todo parecía servirle.
-       Otro loco que se añade a la lista-, dijo una de las señoras que ayudaba a cocinar los alimentos.

 – Con este ya van tres que se les corre la teja en lo que vamos del año… ¡Y parecía tan buen muchacho!-.

Sara estaba preocupada por él. David no comía bien y había perdido peso. Ya no se afeitaba y empleaba la mayor parte del tiempo haciendo lo mismo: recoger cosas por ahí.  Ella le preguntaba que hacía, por qué lo hacía, pero él solo la miraba de reojo y luego continuaba en su ajetreo. Su hijo tenía unos ocho años de edad y había encontrado en la actividad de su padre algo divertido. Le ayudaba a organizar las piezas y las clasificaban según el material o la forma. También salía con él a caminar, a veces hasta muy lejos, y regresaban agotados cargando una cantidad de objetos que al parecer no tenían utilidad alguna.

Cuando pensó que ya había acumulado lo suficiente, construyó con latas y cartones una especie de bodega, para proteger su inventario. Tomó una vieja agenda y empezó a dibujar trazos de una posible máquina. Estuvo así durante una semana, haciendo rayones, planeando, arrancando hojas y comenzando de nuevo. Borraba, tachaba, reteñía y poco a poco le daba forma a una quimera que solo podía caber en su cabeza.
Tomás, el viejo explorador, lo fue a visitar por sugerencia de Sara. Tal vez algo de contacto humano lo haría retornar a la cruda realidad de la cual, aparentemente quería escapar.

-       - ¿Qué haces?-, le preguntó.

-      -  ¿En realidad quieres saber? O eres tan solo un enviado especial para indagar mi nivel de locura…-, respondió David sin quitar la mirada de su agenda.

-      -  La verdad, siendo honesto, sí tengo curiosidad por saber lo que haces. Tal vez te pueda ayudar.
-       - Te diré lo que hago solo si prometes que me vas a ayudar-.
-       - Es una promesa.

David levantó su mirada y esbozó una sonrisa. Emocionado organizó sus notas y papeles y le pidió a Tomás que se sentara. 

-       - Mira. Estoy diseñando una máquina voladora-.

Tomás lo miró con incredulidad. En ese instante creyó que realmente David se había enloquecido, pero prefirió no demostrarlo. Se mantuvo calmado y quiso escucharlo, tal vez como una expresión de compasión. Pasaron mas de dos horas y Tomás lo escuchaba atentamente. Lo miraba a su rostro, tratando de descifrar si tal vez había esperanza para él, si habría forma de sacarlo de su locura. Luego volvía a mirar la agenda, tratando de hallarle sentido alguno a una cantidad de dibujos, rayas, flechas, diagramas y explicaciones que eran disparadas como una metralleta. Era mucha información difícil de digerir.

-       - ¿Qué piensas?-, le preguntó David.

-     -   No se-, a decir verdad no soy muy experto en máquinas. Lo mío es el campo, la naturaleza, la exploración. No puedo negar que lo que dices es muy interesante, pero a la vez lo veo difícil. No eres un ingeniero aeronáutico o un constructor, pero no puedo negar que eres muy creativo. Sin embargo te he prometido que te iba a ayudar y lo voy a hacer. Pero voy a llamar a mi hermano, Andrés. A  él también le gustan estas cosas-.

David sintió alivio. Como si una pesada carga hubiese caído de sus hombros. Tal vez Tomás no creyese que él estaba loco, que sí había esperanza de construir este artefacto.
Tomás salió de la casa, mientras Sara lo miraba con un poco de desánimo. Pensaba que no había sido de gran ayuda. Vió como David regresaba de inmediato a sus apuntes y dibujos. No se cansaba. Comía poco. Hablaba poco. Solo su hijo le indagaba acerca de su máquina y creía todo a lo que decía su padre. El niño era el más emocionado de todos.
Había pasado más de una semana y Tomás aún no cumplía su promesa. David decidió que había planeado lo suficiente y era tiempo de ponerse manos a la obra. Se encerró en la bodega y empezó a escarbar en medio de sus objetos, escogiendo los que consideraba más pertinentes para su proyecto. El rumor ya se había esparcido en la comunidad. Decían que David se había vuelto loco y que ahora quería construir alguna escultura.

-       - Tal vez el arte lo pueda ayudar a recuperarse, él es bueno para esas cosas-, decía su padre Jonás a la gente, para distraerlos y no dar mas importancia al asunto.
David había empezado y su esposa escuchaba muchos ruidos, golpeteos y en general, los sonidos de alguien construyendo algo. Al cabo de un tiempo apareció Tomás con su hermano, Diego. Golpearon varias veces a la puerta, hasta que finalmente se asomó David.
-       - ¡Lo prometido es deuda. Aquí estamos!-, dijo Tomás.

-       -  ¡Muy bien! ¡Sigan y les explico!, replicó David. 

Los hizo seguir y de nuevo les mostró sus dibujos. Estuvieron allí por espacio de cuatros horas, hablando ininterrumpidamente. Diego se iba contagiando poco a poco de la emotividad y locura de David. Le parecía que el proyecto de la máquina voladora no era del todo descabellado. Las cosas que proponía eran coherentes desde el punto de vista aerodinámico, físico y mecánico. Había posibilidades de que la cosa pudiese funcionar. Al final del día estaban tres locos trabajando en el proyecto. Sara no lo podía creer. Sin embargo se detuvo a meditar unos instantes y pensó que tal vez, su esposo no estaba tan loco.

La gente ahora comentaba que eso era algo contagioso, tal vez algún virus, y lo mejor era mantener a estos hombres a raya, caminar un poco alejados y evitar saludarlos de beso o con la mano. Cuando comían juntos, las madres alejaban a los niños y les decían en voz baja que no se acercaran a ellos, porque tal vez, podrían estar enfermos.

-      -  Yo sé que ustedes no entienden lo que estamos haciendo, pero créanme que puede funcionar. Es por el bien de todos. No es un acto de locura. Es una idea loca, pero no estamos locos-, dijo Diego.

-       - ¿Qué están haciendo?-, preguntó alguien.

-      -  Aún no lo podemos decir. Es mejor que no lo sepan, pero a su tiempo lo sabrán-, dijo David.

David ahora estaba más tranquilo. Los tres hombres trabajaban incansablemente, todos los días, pero estaban alegres. Se sentían útiles de nuevo. El proyecto los embargaba de emoción, de una pasión que  tal vez nunca habían sentido. Ni siquiera antes, cuando todo era normal, cuando no había ruinas, cuando todo estaba aparentemente en paz y bajo control.

Luego de tres meses de arduo trabajo el día había llegado. Era el tiempo de probar la genialidad de estos tres soñadores. Todos fueron llegando poco a poco para ver que era lo que habían hecho y si este invento tendría alguna utilidad. Diego y Tomás prepararon una corta pista en una calle aledaña. Luego abrieron la puerta de la bodega lentamente, dándole un aire especial al acontecimiento que se avecinaba. Al fondo estaba David metido en su pequeña máquina voladora. Tenía las alas ubicadas en la parte superior, con la forma de un murciélago. Funcionaban con un movimiento de aleteo y eran accionadas por dos mecanismos complementarios: uno directo por medio de los brazos y otro indirecto con los pies a través de pedales. Un motor auxiliar  se había adaptado, para utilizarlo cuando el piloto estuviese cansado. Tenía un sillín pequeño pero cómodo y este a su vez se apoyaba sobre dos ruedas de bicicleta ubicadas paralelamente como las sillas de ruedas.

La gente observaba en silencio y con asombro, sin embargo los niños no podían ocultar su emoción y querían acercarse más para tocar la máquina. Sus madres se lo impedían y les decían que era más seguro verla de lejos. La máquina sin lugar a dudas no era un simple armazón de latas, telas y engranajes. Era una auténtica obra de arte. Si no lograba su cometido, por lo menos sería un bello intento. David había impregnado en esta máquina la estética y la esencia de Leonardo Da Vinci. Era un digno homenaje al renacimiento.
Sara besó en la mejilla a su esposo y le entregó un paquete con algunas provisiones. Estaba asustada. No sabía cuan alto esa máquina se iba a elevar, si es que realmente lo pudiese hacer, y tenía miedo que se cayera de una gran altura. Preparó una merienda abundante y la guardó en un cajón especial que estaba ubicado debajo de silla.  Parecía un pequeño ritual para un suicidio premeditado. Su hijo no parecía vislumbrar riesgo alguno y estaba emocionado. Le dijo que quería ir con él, pero su padre no lo permitió. Le dijo que no estaba seguro si la máquina podría resistir el peso de los dos, pero en realidad no quería sufrir un percance y arriesgar su vida. El hijo tenía una cámara fotográfica y le tomó muchas fotos. Los otros niños lograron escaparse y también quisieron tomarse fotos con la nueva máquina. Poco a poco se fue propagando un entusiasmo inusual. El entusiasmo de estos tres intrépidos aventureros se había empezado a contagiar.

Se dirigieron entonces a la improvisada pista de despegue. Diego y Tomás se hicieron a lado y lado del sillín, y empezaron a empujar la máquina. Mientras tanto David pedaleaba con todas sus fuerzas. Las alas se movían con una armonía sin igual. El animal mecánico cobraba vida y su vigor se iba incrementando paso a paso. La velocidad del aparato superó a la de los corredores y escapó de su alcance. Lentamente el artefacto se elevó, con algo de torpeza y dificultad debido a cierto viento que se presentó repentinamente. Sin embargo no se detuvo. Siguió elevándose cada vez más hasta levantarse imponente en medio del firmamento. La gente gritaba de emoción. Había lágrimas, abrazos, risas y muchas ganas de celebrar. David se perdió en el firmamento, hasta desaparecer en la distancia. Era una proeza, un logro que daba aliento, ánimo, una buena noticia, un destello de esperanza en un mar de tristeza.

Pasaron varios días y no llegaban noticias de David. Su esposa estaba triste pero Tomás estaba muy pendiente de ella. Todos los días pasaba a visitarla. Le recordaba que su esposo era un héroe y a la vez un genio. La máquina estaba perfectamente concebida y no les iba a defraudar. Su hijo  no tenía temor alguno y sabía que su papá prontamente regresaría con algún regalo especial para él, así como lo había prometido. Les dijo que  la noche anterior había soñado con un águila gigante que llegaba hasta su casa y se posaba en el tejado. Cargaba en sus patas un canasto  con alimentos. Y que luego veía que no era una, sino miles de águilas que iban y venían trayendo muchas provisiones regalos desde lugares lejanos. 

Había pasado un mes y la gente había entristecido de nuevo. Los embargaba la nostalgia y los recuerdos, el duelo de la guerra seguía latente. Pero lo que mas le afectaba en ese momento a todos era la ausencia de David. Pensaban que, definitivamente había caído en medio de la nada, se había accidentado, o simplemente se murió de hambre y cansancio en el camino. Estaba a punto de ocultarse el sol, cuando el hijo de David empezó a gritar señalando el horizonte:

-     -   ¡Mira mamá! ¡Un águila!... ¡El águila que vi en el sueño!

-      -  ¡No! ¡No es un águila!-, respondió Sara. -¡Es David! ¡Ha regresado! ¡Está vivo!

Todos los vecinos salieron a la calle. La máquina voladora se acercaba con majestuosidad, planeaba como un ave cazadora en busca de su presa. Era sin lugar a dudas, un artefacto hermoso, genialmente concebido. Las lágrimas afloraron de nuevo, la emoción fue total, había valido la pena.

David les dijo que estuvo en el aire durante cuatro días. En ocasiones pedaleaba, luego descansaba. Reconoció que la catástrofe era inmensa, pero que la naturaleza estaba resurgiendo en algunos lugares.  Cuando logró ver gente hizo su aproximación pero su aterrizaje fue bastante accidentado por lo que tardó un buen tiempo reparando el artefacto. Lo recibieron con mucha alegría y le preguntaron desde donde venía. Ellos tenían buenas provisiones y ya tenían algunas plantaciones mejor organizadas. Estaban sorprendidos porque ellos tampoco habían hecho contacto con gente cercana. Mostraron un gran interés en su aeronave y le pidieron que regresara, si fuese posible, que trajera otra nave para ellos, estaban dispuestos a comprarla. 

Sara, su hijo, Jonás, Tomás, Diego y todos los demás escuchaban estupefactos, felices, curiosos y sorprendidos. David trajo algunas provisiones: frutas, granos y algo de carne. Estaban felices por ver algo distinto. Ya estaban hastiados de enlatados. David les dijo que ahora iba a empezar a trabajar en la construcción de una segunda máquina voladora, pero que también  comenzaría el diseño de un vehículo terrestre. Muchos hombres y mujeres se vincularon a este nuevo proyecto. Ahora eran muchas manos las que estaban dispuestas a colaborar. La gente empezó a creer que mientras estuvieran con vida, podrían sentirse útiles y construir de nuevo su país, aprendieron a ver con los ojos de David, en los basurales, en los escombros, siguieron hallando engranajes, ruedas, alas, mecanismos, piezas sueltas que fueron encajando poco a poco. 

Establecieron contacto con nuevas comunidades y  las distancias se acortaron de nuevo. Construyeron muchos aparatos que fueron de gran utilidad para otros pueblos y regiones. Ellos se hicieron famosos, fueron llamados “La comunidad de los artefactos”. Sus inventos no eran nuevos, a decir verdad, pero eran creativos pues construían con elementos que estaban disponibles, con la destreza de sus manos y la estética de los pintores renacentistas. Eran obras maestras de arte y aparte de esto, funcionaban. Esto ocurrió en el año 2300, en la era de los artefactos.

2 comentarios:

  1. Me gusta la ciencia ficción y esta es una buena historia, me gusto!. Tal vez le hizo falta un poco más de drama, el héroe la tuvo muy fácil.

    Gracias Lequerin!

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  2. Tienes toda la razón. Apresuré la historia porque quería participar en un concurso. He tomado la decisión de disfrutar las historias y no estar pensando en escribir contrareloj...

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