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sábado, 18 de octubre de 2014

Podría resignarme a morir

Podría resignarme a morir pero aunque cierro mis ojos, mis oídos no se cansan de oir.

Podría resignarme a que la muerte se lleve mi cuerpo en las ondas de un río solitario, con una corriente casi imperceptible que se extiende al horizonte. Pero mi piel aún siente el calor que incita mi sed. Mi vientre,  como un bebé recién nacido, pide el alimento que me hace levantar del lecho y busca saciar esa hambre que de vez en cuando se asoma, curiosa, inquieta, caprichosa.

Y es que la vida  me llama, me reclama, me aturde, me duerme y luego me vuelve a despertar a la mañana siguiente con la  luz, quien sin pedir permiso, llega hasta mis ojos a través del cristal.

Podría resignarme a dejar este mundo, pero en la mente permanece la incógnita inamovible de aquello que aún no he conocido. La duda constante de saber si existe alguna razón de mi presencia en este universo. Si en algo puedo serle útil, si hay algo pendiente por hacer en esta agenda llena de aflicciones y alegrías, que fluyen incomprensibles, desde el corazón, desde la mente, o desde quien sabe de qué lugar recóndito de las entrañas de mi cuerpo.

Podría resignarme a dormir para siempre, pero mi cuerpo sigue vivo y mi respiración persiste por alguna razón. Y la desazón no es suficiente para pedir al cielo mi partida, si soy capaz de amar el llanto, el dolor y la derrota.

Podría dejar que el mundo viese mi partida, al fin y al cabo pocos se enterarían. Pero aún puedo escribir algunas palabras coherentes, entonar un par de canciones sentidas, caminar erguido por el parque y  ver el sol tímido que juega con las nubes.

Podría resignarme a morir, pero no quiero.

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