Páginas vistas

martes, 28 de octubre de 2014

Aquel hombre

Aquel hombre dormía postrado sobre el frío andén. Una cobija era su único refugio que lo aislaba del mundo exterior, que lo afligía, que le traía a la memoria ingratos recuerdos. Una cobija raída y sucia lo cubría y un profundo sueño, un aletargamiento denso, eran su mejor antifaz contra el cruel mundo en el cual le había tocado vivir.

Y mientras dormía, alucinaba. Creía que estaba en el lugar correcto, pues su mente divagaba en mundos de ilusiones. El alucinógeno del sueño, la demencia de la indiferencia y la apatía, eran la cura temporal, de esa angustia postergada que temía confrontar.

Aquel hombre no quería despertar de su pesado sueño. Sin embargo algo lo despertó. Era la voz de alquien que él conocía. Ese alguien levantó su cobija y descubrió su rostro. Aquel hombre abrió los ojos, poco a poco, hizo la transición del mundo de los fantasmas a la realidad. Un poco sombría, pero real finalmente.

Era el rostro de alguien conocido. Era alguien que él recordaba con cariño. Era su amigo leal. Era alguien que no estaba allí para juzgarlo. No era como uno de tantos que pasaban a su lado. De esos que lo pisaban o simplemente ignoraban. No como aquellos que mirándole con menosprecio, aceleraban su paso para evitar pasar cerca de aquel miserable, pobre hombre, alguien que era indigno aún de ser mirado.

Y este amigo no lo juzgó. No lo menospreció. Lo miró directo al corazón y le dijo que se levantara. Y el hombre se levantó, un poco confuso. Y su amigo le entregó en la mano un pequeño piano. Era un piano de juguete. Y aquel hombre empezó a tocar el piano y recordó que sus manos eran hábiles. Interpretó unas notas con destreza, al punto que algunos transeúntes dirigieron su mirada a aquel hombre.  Lo miraron con asombro.

Su amigo le hizo recordar que tenía su talento guardado bajo las mantas sucias y raídas. Su amigo le recordó que su talento se estaba desperdiciando en tristes sueños arrastrados en el frio asfalto. Su amigo le mostró que valía la pena levantarse de nuevo. Que no importaba su condición actual. Y es que su amigo realmente  conocía como él era en realidad. No le importaba su aspecto, que era tan solo una fachada temporal. El sabía que en sus manos había un talento que valía oro. El ya lo conocía de antes. Su amigo, no se sabe cómo, lo encontró allí para decirle que aún podía tener otra oportunidad.

Fue entonces cuando aquel hombre, verdaderamente despertó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe tu comentario...