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domingo, 29 de marzo de 2015

Si pudiese retroceder el tiempo



Si pudiese retroceder el tiempo habría muchas cosas que haría de nuevo, pero con más calma.
Me sentaría un tiempo más largo a escuchar a mis abuelos. Les haría más preguntas, indagaría los detalles de sus historias. No buscaría tanto llamar la atención, más bien ser un oyente más curioso de su memorias.
Viajo en el tiempo y me gustaria sentarme otro poco más en la sala de mis abuelos, junto con todos los demás: tíos, primos y conocidos. Reir, celebrar juntos ese instante único, mágico, irrepetible, de mi infancia tangible ante sus ojos, cansados pero sinceros.

Las salas modernas, elegantes, con diseños novedosos, costosas, llamativas...¿De qué sirven si nadie las habita? ¿De que sirve un asiento vacío que no tiene personas que sean testigos de aventuras, delirios, sueños y dolores? ¿De que sirven las casas grandes sin familias? ¿Los espacios cómodos sin narradores, conversadores, distintos personajes del afecto del alma?

No son los objetos que hacen una casa. Son las personas, las de carne y hueso, las que podemos ver, oler, sentir y compartir una estruendosa carcajada, luego de escuchar un hilarante recuerdo. Sentados juntos, cerca a la chimenea, en una noche de navidad. Compartimos. Vivimos juntos. Lloramos. Nos damos la oportunidad de ser inoportunos, el uno al otro, con comentarios, a veces tontos.

Pero estamos siendo testigos mutuos de nuestras vidas, en la sala, o en el comedor, comiendo algo delicioso, algo que solo la abuela sabe preparar. Algo en cuyas manos, con un arte singular, nos conquista el alma a través del gusto. Queda sellado como un tatuaje en nuestra mente, olores que años más tarde podemos recordar, en momentos sagrados, por un segundo tal vez, sea suficiente.

Si pudiese retroceder el tiempo me sentaría a la mesa de nuevo, con mis abuelos, padres y tíos. Sentiría el calor de un chocolate caliente que humea, un trozo de queso que se derrite en su interior. Escucharía las risas de nuevo, jugando cartas, escuchando las historias de siempre, los chistes viejos una y otra vez. Esas historias graciosas que hacen que te duela el estómago. Valdría la pena. Y ya no tendría tanta prisa. Ya no saldría corriendo. Escucharía con más atención y haría otras preguntas más.

Si pudiese viajar en el tiempo volvería a ese lugar, a esa sala vieja, pero llena de gente. Solo que lo haría con mas calma.

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